jueves, 18 de agosto de 2016

Vivir en la playa de Cancun

La playa de Cancún serpentea sobre el Mar Caribe, como un ser mitológico y resplandeciente, que derrama oro tropical sobre el turquesa de sus aguas templadas.

Arena blanca y fina que acaricia la piel, igual que seda en polvo, en un paraíso que ninguno de nosotros debería perderse jamás.

A mí a veces me gustaría ser naufrago en altamar, para que las corrientes atlánticas me empujaran inevitablemente hacia sus playas. Y despertar de pronto  -sediento- en una de esas orillas blanquiazules de suave brisa marina.

Entonces me pondría en pie, exhausto, acudiría al primer chiringuito de la zona y pediría un enorme cóctel tropical, que me bebería de un trago, y a cuyo pago no podría hacer frente, eso sí, porque no soy más que un pobre naufrago.

- ¡Despierta, Andrés, que son las ocho!

Y ahí se acabó mi aventura marinera, claro.

Estaba soñando otra vez con irme de viaje al Caribe, pero mi madre me ha devuelto a la dura realidad.

Tengo cuarenta y dos años, soy soltero, gano menos de 600 euros al mes y aún no he podido abandonar la casa de mis padres para independizarme, porque voy al paro una y otra vez, por culpa de mis estudios básicos y de la crisis de mi sector.

Soy albañil, y nada me gustaría más que coger un barco y poner rumbo al océano, hasta tropezar con el continente americano, a ser posible, a la altura del Mar Caribe, concretamente en Cancún.

Allí me gustaría disfrutar de las playas, la paz y el descanso, y conocer a una chica de piel sedosa y bronceada.

Nos enamoraríamos perdidamente y pondríamos un chiringuito en la playa más turística de la zona, que nos reportaría satisfacción personal y cuantiosos beneficios económicos.

Con el dinero ganado en el negocio, nos compraríamos una casa junto al mar, con jardín, piscina y una enorme terraza.

Más adelante, tendríamos niños. Dos, tres, cuatro. No sé.

¡Pero basta de sueños, Andrés! Date prisa que a las ocho y media tienes que estar en la obra, o tu jefe te despedirá otra vez…

No obstante, no pierdo la esperanza. Algún día se cumplirán mis sueños.

Pepe me contó la semana pasada que él conocía a un amigo con una agencia de viajes que podía conseguir hoteles baratos en Cancún, y me animó a hacer realidad mis deseos.

Yo no sé cómo voy a conseguirlo con mis quinientos y poco euros mensuales de sueldo, y la incertidumbre de no saber hasta cuándo durará.

Así no hay quien haga planes ni tenga una vida normal como todo el mundo.

Mi jefe se va cada dos por tres de viaje, por toda Europa, por América del Norte… Y vuelve contando maravillas de sus expediciones y de paso, dándome una envidia tremenda. Lo cierto es que no entiendo cómo puede ganar tanto para permitirse esas cosas.

Y tendríais que ver el chalet que se ha construido… Todo un lujo. Hombre, también es verdad que él es constructor, y esa ventaja que tiene, pero ya me gustaría a mí ganar lo que él y poder hacerme un viaje todos los meses por ahí.

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