viernes, 11 de julio de 2014

La playa del Andorrano

Nadie nunca  supo su nombre, pero en Barcelona todos lo conocían como El Andorrano.

Aunque le hubieran preguntado cómo se llamaba, no habría podido decirlo. Jamás se le oyó pronunciar palabra alguna en ningún idioma.

Hay gente que cuenta que era mudo de nacimiento y hay quien cree que simplemente no quería hablar.

Contaban historias sobre que aquel hombrecillo flaco y silencioso, había venido de Andorra siendo un niño, escapando de un padre alcohólico, que había sembrado el dolor y la muerte en su hogar.

Todos lo recuerdan desde antiguo como un vagabundo que recorría una a una, a todas horas, las calles de Barcelona, pidiendo limosna con sus manos negras y encallecidas, y su eterna sonrisa. Nadie le conoció un mal gesto, ni una mala acción.

Lo que le hizo conocido en la ciudad fue su afición a recoger pajarillos caídos de los nidos y criarlos a mano hasta que lograban volar y valérselas por su cuenta. Siempre llevaba encima pichones de gorrión, de golondrinas, de vencejos…, que mantenía calientes en los bolsillos de sus raídas chaquetas. Los alimentaba con restos de comida que encontraba en las calles y no era raro verlo con pajarillos semi emplumados en los hombros, piando incansablemente y pidiéndole de comer con el pico abierto, totalmente convencidos de que aquel grandullón (para ellos resultaba inmenso) era su padre.

Cuando la gente se encontraba un pájaro caído del nido, se lo llevaban a El Andorrano. Entonces sus ojos se iluminaban con una luz intensa de auténtica felicidad y El Andorrano se lo agradecía dándoles un apretado abrazo y mil y una sonrisas.

Cuenta la leyenda que una mañana de agosto, El Andorrano fue a dar su habitual paseo matinal por la orilla de la playa del Somorrostro. De repente oyó un sonido extraño a su espalda, como los grititos de un animal herido. Miró y buscó hasta darse cuenta de que se trataba de una cría de gaviota que estaba  semienterrada en la arena. Corrió hacia ella y con sumo cuidado se arrodilló a su lado y empezó a apartar la arena despacito para ver si estaba herida.

Una pareja de ancianos que también paseaban por la orilla, se acercaron a ver qué hacía El Andorrano, cuando asistieron a un hecho insólito: la arena se tragó lentamente a la cría de gaviota, que siguió piando insistentemente, como si pidiera ayuda.

El Andorrano excavó y excavó durante horas, con ayuda de la pareja de ancianos. Una hora después del hallazgo, ya había un buen número de gente formando un corro alrededor de los tres excavadores, esperando a ver cómo terminaba todo aquello.

El público empezó a decirles que dejaran de excavar, porque no iban a poder recuperar al animalillo, que seguía piando varias horas después. Aquello parecía cosa de brujas.

Los ancianos cesaron de cavar exhaustos y se marcharon, pero El Andorrano no paró de ninguna manera.

Casi cuatro horas después, el Andorrano cogió entre sus dedos un ala de la gaviota perdida, tiró y la sacó de la arena sana y salva. Justo debajo del animal, algo relució en el agujero excavado. Y la gaviota se marchó volando si previo aviso. El Andorrano apartó los granos y descubrió un bloque dorado que pesaba como el plomo. Lo sacó y lo enjuagó en el mar: el brillo cegador de un enorme lingote de oro lo cegó un instante.

Era un milagro.

El Andorrano llevó el lingote al compro oro que conocía desde hacía años y allí le dijeron que aquel era el lingote de oro más grande y de más pureza y calidad que habían visto en toda su vida. En el COMPRO ORO le pagaron a El Andorrano el valor del tesoro, que nunca se supo cuál fue, pero que sin duda era una cantidad que muchos de nosotros ni siquiera seríamos capaces de imaginar.

El Andorrano se fue de Barcelona a la mañana siguiente y nunca más se supo de él.

En su honor el COMPRO ORO adoptó su nombre.

¿A que no conocías la historia de este curioso negocio de Barcelona? Es normal. Muy pocos la conocen.

Otro día os contaré qué fue de El Andorrano después de cobrar su tesoro.

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